miércoles, 9 de mayo de 2012

Herrero afligido


Aquel herrero era bueno, trabajador y practicaba la caridad, pero a pesar de todo, las cosas no parecía que funcionasen bien en su vida.

Una tarde, un amigo que solía visitarlo y que sentía compasión por su situación difícil, le comentó:
- Realmente es muy extraño que siendo una persona honrada como eres tú, trabajador y hasta buen creyente, las cosas te vayan mal. No deseo debilitar tu fe, pero a pesar de tus creencias nada parece mejorar.
El herrero no respondió enseguida, él ya había pensado en eso muchas veces, y como no quería dejar a su amigo sin respuesta, comenzó a hablar:
- En este taller yo recibo el acero aun sin trabajar y debo transformarlo en espadas. ¿Sabes tú cómo se hace esto?, primero caliento la chapa de acero en un calor infernal hasta que se pone al rojo vivo, enseguida, sin ninguna piedad tomo el martillo más pesado y le aplico varios golpes hasta que la pieza adquiere
la forma deseada. Luego la sumerjo en un recipiente de agua fría y el taller entero se llena con el ruido y el vapor, porque la pieza estalla y grita a causa del violento cambio de temperatura. Tengo que repetir este proceso hasta obtener la espada perfecta. Una sola vez no es suficiente.
El herrero hizo una pausa y siguió:
- A veces el acero que llega a mis manos no logra a superar este tratamiento; el calor, los martillazos y el agua fría terminan por llenarlo de rajaduras, y en ese momento me doy cuenta de que jamás se transformará en una buena hoja de espada y entonces simplemente la dejo en la montaña de hierro viejo que ves en la entrada de mi herrería.
Hizo otra pausa más y el herrero terminó diciendo:
- Se que Dios me está colocando en el fuego de las aflicciones, acepto los martillazos que la vida me da y hasta a veces me siento tan frío e insensible como el agua que hace sufrir al acero, pero la única cosa que pido es que Dios no desista, hasta que yo consiga coger la forma que El espera de mí. Señor, inténtalo de la manera que te parezca mejor, por el tiempo que quieras, pero nunca me pongas en la montaña del hierro viejo de las almas.  

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